Cruzan la Plaza Mayor, y su ojo avisado advierte los trajines de la vida que late alrededor: es el Madrid de Cervantes, Quevedo, Góngora o Calderón, el Madrid de los mentideros y los lances de honor
Y es que aquella España vivía pendiente de cómicos y poetas.Una España mísera que se entretenía escuchando décimas y redondillas en espacios otrora dedicados al cuidado de capones y gallinas, y donde el estreno de una obra de Lope cobraba más importancia que la decadencia del imperio.
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